Las manos de Alicia tienen alma. Casi la misma alma que
Giselle, y a veces, cuando habla, parece que las manos dibujan en el aire una
coreografía del corazón.
Giselle vive en sus manos, escondida. Corretea entre sus
dedos y le susurra que aún hay tiempo para más, mucho más. No hay niebla que
pueda contra tanta determinación y, el paso inevitable de los años acentúa la
grandeza de su gloria.