lunes, 1 de julio de 2013

La música no se toca…

Los legendarios Ella Fistzgerald
y Louis Armstrong
A veces pienso que traiciono mi esencia cuando aseguro que la música, de todas las artes existentes, es la que más me conmueve.
 Pensaría mi mamá que por haberme guiado a temprana edad por caminos de tandiús, punteos y giros, yo debería amar con pasión desmedida a la danza.
Sinceramente lo hago, y aclaro, amo únicamente a la danza moderna y contemporánea, pero con la música siento que florecen sensaciones insospechadas dentro de mí.
A veces, cuando intento describir lo que siento al oír algo que me gusta, digo a todos que es como si un hilo de corriente me entrara por la punta de los dedos y me recorriera cada centímetro del cuerpo. Eso sólo me sucede con la buena música.
Soy de una época estrepitosa, de letras alocadas, vulgares y de ritmos mezclados hasta que no existe patrón de referencia. Aún así, la epidemia que me ataca no es la de mi tiempo.
Creo vivir atrapada en los años de Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Ray Charles, Queen, Elvis Presley y otros miles de músicos foráneos, con composiciones capaces de transmitirme sosiego, euforia y añoranza por una etapa desconocida.
Los Van Van.
Primera generación
 Pero no puedo generalizar, porque al final resulto un gran ajiaco de gustos, en el que una buena rumba de Yoruba Andabo o una de las míticas canciones de los Van Van  pueden volver mi mundo al revés.
 La música me conmueve, así es. En momentos de tristeza me contenta, me levanta y me ayuda a viajar, porque además, cada momento de mi vida o persona importante tiene una canción asignada por defecto.
Bruno Mars
 Por ejemplo, cuando pienso en mis padres me viene a la mente Juan Luis Guerra y la 440 con su Niágara en Bicicleta. A mi hermana Diana la identifico con Ricky Martin y Luis Fonsi, aunque creo que ella, al igual que yo, es una mezcla indescifrable.
 Alain me llegó a través de Alicia Keys, Pupy y los que Son Son, Havana d Primera (lo mejor de la música popular cubana), Bruno Mars y David Foster.
 Los recuerdos universitarios me asaltan cuando escucho una Kizomba, o aquel mítico tema Razones, de David Torrens que tantas veces bailé en el Mejunje de Villa Clara.
 Y así sucede con cada una de las personas que se acercan a mi vida. Siempre se van y me dejan una melodía.
Havana d Primera
 Indira me regaló la Gota de Rocío de Silvio Rodríguez, Lianet me regaló Fix You de Coldplay, Glenda vino de la mano de Maroon Five y Dunia…. Dunia me regaló todos los discos prohibidos de Willy Chirino y algún que otro estribillo reguetonero y profano.
 No hay algo que me relaje más que sentarme en el Prado de Cienfuegos y encerrarme en mi mundo con  algunas melodías o ¿cómo olvidarlo?, pasar horas frente a la televisión viendo Glee, serie estadounidense que considero una de las mejores creaciones musicales para la pantalla chica de todos los tiempos.
Portada de último de
disco de Maroon Five
Alain, mi pareja, músico de estudios y vocación, me cuestiona este apego irreflexivo a la música y es que, como todos los pequeños placeres de la vida, yo me confieso fanática del arte de las notas musicales, aunque de vez en cuando sienta la necesidad de acompañarlo con unos cuantos pasos de baile.






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