A un ser
humano común, no le sería suficiente este lapso para marcar una época y
convertirse en referencia obligatoria dentro de la historia musical del
universo.
Sin embargo, Wolfgang
Amadeus Mozart, resultó capaz de mostrar a la humanidad el carácter divino
de su talento en este corto tiempo.
Reconocido
universalmente por sus excelsas composiciones, este prodigio llega hasta
nuestros días con el mérito de constituir uno de los músicos más amados,
escuchados y respetados en todo el orbe.
Nacido en
Salzburgo, Austria, el 27 de enero de 1756, Mozart evidenció desde pequeño una
suerte de genialidad, desbordada en cada acorde o armonía clásica que
interpretaba ante sus padres.
Con sólo cinco
años, asomaban en sus manos los impulsos de tocar su propia creación, y por tal
razón, escribió su primera obra musical, la cual es estudiada hoy, en algunas academias
europeas.
Ante tanta
fascinación, su padre decidió educarlo y exhibirlo en festividades, de modo que
el talento de la criatura no fuera exclusivo del entorno familiar.
Mostrando su
arte cautivó la atención de aquellos que, como hipnotizados, observaban el
virtuosismo con el cuál desnudaba cada uno de los instrumentos que ejecutaba.
Francia acogió
a Amadeus como un símbolo de unidad cultural. Con sólo ocho años, Mozart
representaba la concreción de los ideales clasistas y barrocos, en una
prolífera obra que despuntó con la publicación de cuatro sonatas para violín.
Luego, en
Inglaterra, Wolfang es acogido por la familia real y compone seis sonatas para
orquesta, con apenas una década de existencia.
En una
ocasión, durante uno de esos tantos viajes que efectuó, el pequeño se presentó
para el barón Friedrich Melchior von Grimm. Al día siguiente en el rotativo la
"Correspondence Littéraire", el barón escribió: "No estoy seguro
de que este niño no me turbe la mente si continúo escuchándolo con frecuencia:
me recuerda que es difícil defenderse de la locura cuando uno ve
prodigios".
Joseph
Hadyn, uno de los máximos representantes del período clasicista en Austria
y denominado “padre de las sinfonías”, aseguró en una ocasión, que Mozart era
el mejor compositor que había conocido jamás.
Parado ante un abismo de corrientes y estilos,
Wolfang apostó por el equilibrio etéreo de sus notas y una armonía blanca, casi
perfecta.
La genialidad
de sus creaciones resulta hoy, un misterio tan grande como su propia capacidad
para ser inigualable.
Sin embargo,
la producción musical de Mozart estuvo marcada por otras cuestiones.
Harold C.
Schonberg, en su libro "Los grandes compositores", dice: "Mozart
fue uno de los niños prodigio más explotados de la historia de la música y pagó
el precio correspondiente. Los niños prodigio rara vez se convierten en
personas con vidas normales.
Se desarrollan
en la condición de niños que cultivan determinado talento a expensas de todos
los restantes, pasan la mayor parte de su vida con adultos, descuidan su
educación general y reciben excesivos elogios. El resultado es una niñez
deformada, y con frecuencia eso lleva a una edad adulta deformada”.
Con estas
palabras Schonberg resume un peso que acompañaría al excelso instrumentista
hasta la muerte: su incapacidad para lidiar con las finanzas.
El legado de un genio
Las complejas
situaciones monetarias marcaron su vida, pero también en este convulso período,
su obra experimentó un flujo de composiciones a las que confirió una nueva
profundidad y significado.
En la época en
la que comenzó a componer, el estilo dominante en la música europea era el
galante, una reacción contra la complejidad sumamente desarrollada de la música
del Barroco.
Para cada
forma de música contemporánea conocida en aquel entonces, tuvo un aporte, un
legado.
En consecuencia, a la hora de su muerte,
Mozart había compuesto 22 óperas, 60 obras religiosas, 135 obras vocales, 145
obras instrumentales, 73 conciertos y sonatas, 98 música de cámara, 68 obras
para piano y 5 obras varias.
Sin embargo, lo más trascendente de su
herencia no resulta la cantidad de piezas elaboradas. Más bien, este preciado
genio alcanzó las estrellas al incursionar, con éxito, en todas las formas de
la composición y destacarse como preciso instrumentista.
Mozart fue su música y, como ella, sublime:
amó, se divirtió y aprovechó cada minuto con la misma vivacidad de una
variación.
Mozart más allá de los años
Con el pasó de los años Mozart ha devenido
leyenda y su talento resulta uno de esos misterios indescifrables que, al no
disponer de otra explicación más coherente, constituyen una arbitrariedad
divina.
Piezas como "El rapto del serrallo
Juan", "Las bodas de Fígaro", "Don Juan" y "La
flauta mágica" han sido interpretadas por los más avezados maestros de la
historia mundial y su nombre ha figurado en más de dos mil teatros alrededor del orbe.
Tanta fascinación generó su personalidad, que
en la actualidad científicos europeos estudian la influencia de su música, en
el desarrollo de la inteligencia de los niños y en la formación de capacidades
para la lectura, escritura y las habilidades matemáticas.
Finalmente recordarlo se hace simple a través
de su obra, un acertijo difícil de desentrañar, con el cuál se experimenta una
calma inefable debido a su elegancia, perfecta organización y equilibrio.
A pesar de esa ausencia que se hizo eterna,
Mozart se elevó para desde la prodigalidad de sus melodías, tocar la
eternidad.
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