martes, 20 de mayo de 2014

Yo soy la canción que canto


La legendaria Rita Montaner lo bautizó con su nombre artístico allá por los años 30. La cabeza rapada y la tez negra, le valieron el  simpático sobrenombre que lo consagraría como  uno de los músicos más geniales y carismáticos de la historia del pentagrama cubano.
Ignacio Jacinto Villa,  conocido como “Bola de Nieve”, constituye uno de los artistas más universales que ha dado la isla de Cuba.
 Guanabacoa recibió su nacimiento hace exactamente 102 años y de esa ciudad  -toda una amalgama de tradiciones populares-, absorbió la personalidad  creadora, bohemia y picaresca que lo inmortalizaría más allá de las fronteras nacionales.
Desde su voz ronca pero profunda, interpretó boleros, canciones de cuna y pregones auténticamente criollos, porque  fue un acérrimo defensor de la cubanía.
Temas musicales como Mama Inés, Drume negrito y Tú no sabe inglé, Vito Manué – poema de Nicolás Guillén musicalizado por Eliseo Grenet-, constituyen hoy un mito de la cultura nacional.
Sobre el artista, Roberto Fernández Retamar, presidente de Casa de las Américas expresó: Se recuerda la primera vez que uno oyó a Bola de Nieve como un cubano recuerda la primera vez que vio la nieve... uno sabía que iba a contar después; pertenezco a la estirpe feliz de gentes que han oído a Bola de Nieve.
La mezcla de sonidos clásicos y  ritmos traídos del continente negro; creaba un amasijo de sentimientos revoloteando por el auditorio. Lloraba con la garganta y cantaba con el alma.
Gracias a esa espiritualidad, recibió largas ovaciones en escenarios tanto nacionales como internacionales.
Vestido siempre con extrema sobriedad pero repleto de esencias cubanas, compartió su obra con artistas como Ernesto Lecuona, Esther Borja, la argentina Libertad Lamarque y  Rita Montaner; figuras que reconocieron en él un talento inigualable.
 Lázaro García, insigne representante del movimiento de la Nueva Trova declaró  a esta periodista: De “Bola” aprendí la magia de la interpretación, porque el arte es la facultad que uno tiene de comunicar, no es tener la voz más linda o afinada, es sencillamente atrapar las canciones como lo hacía él.
Con esa sorprendente versatilidad, el músico debutó en países como México  Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos, en este último se presentó en uno de los escenarios más importantes de la nación, el Carnegie Hall de New York; lugar en el que el público lo ovacionó sin descanso.
Comparado con estrellas como Nat King Cole y Maurice Chevalier, Ignacio Villa, el regordete negrito al que le gritaban “Bola de fango” en el barrio, conquistó incluso hasta a la audiencia europea.
En una entrevista concedida en 1971 declaró: “Un día tenía un hambre de tres varas y media y hacía cualquier cosa...canté en italiano, bromeando. Me contrataron para Eurovisión y me cansé de volar entre Milán y Roma”
Pero entre viajes y compromisos siempre regresaba a su tierra, otras latitudes no llenaban sus canciones como lo hacía la Patria, aunque siendo él un cubano del mundo, decía sentirse tan latinoamericano que no existía nacionalidad si de continente se hablaba.
Días antes de su muerte apareció en un programa de televisión con motivo de sus 60 años y declaró que en medio de la gira por tierra mexicana, se había sentido mal y regresaba para echar sus huesos en Cuba.
Lamentablemente el final lo sorprendió en suelo azteca mientras visitaba la ciudad que tantas veces lo aclamó.
Su fama creció después de su desaparición física, para alcanzar dimensiones de astro.
El poeta chileno, Pablo Neruda lo resumió magistralmente al decir: Bola de Nieve se casó con la música y vive con ella en esa intimidad llena de pianos y cascabeles, tirándose por la cabeza los teclados del cielo. El arte cubano lo recuerda por estos días en que sus melodías vuelven a nacer con su espíritu. Roberto Novo, cantautor cubano expresó: Su sello fue muy cubano, fue un negro lleno de ritmo con perenne sonrisa blanca. Eso se parece bastante a la música cubana.
Más allá de letras y notas musicales, quedó la luz de una estrella, que en más de una ocasión brilló para cubanos y foráneos.
Después de tantos años, queda su impronta. Cuba lo recordará por aquella frase mágica que pronunció en una entrevista días antes de su muerte: "Cuando interpreto una canción ajena no la siento así. La hago mía. Yo soy la canción que canto".







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